El aliento del amanecer acarició mi ventana
pertrechado de efluvios aletargados en brumas.
Esculpidos sobre piedras embrujadas en estoico
silencio, donde aleteaban unas cortinas en tono azul
Perfiladas como tenues telarañas y arrastrando notas
al amparo de soplos de luz, velados e incandescentes.
La magia cubría la habitación. Cuando al despertar noté
en mi piel, toda la mágica textura del nuevo día floreciente.
Nunca olvidaría aquel remanso de paz dulzón, que ataviado
con sus mejores galas primaverales y de aromas avariciosos
Cubría espacios insípidos, queriendo encandilar algún que otro
solitario corazón, con su magistral y pulcra esencia tonificadora.
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