Margarita se levantó lentamente y se acercó a la ventana, retiró la cortina para iluminar la habitación donde los rayos del sol se filtraban a través de los cristales que sin tapujos y con airoso poderío anunciaban un día nítido. Dio una vuelta completa analizando la estancia y luego contempló el vaivén de las olas que, a lo lejos, con sus tradicionales bucles de espuma, embellecían el mar. Y por más que se esforzó en abrir el cristal, este se le resistió impidiendo la entrada de la brisa marina, dejando sólo al sol que se infiltrase entre los finos barrotes del acristalado y hermético ventanuco.
“Estoy en una celda, pero… ¿por qué?”.
No recordaba nada y su mente yacía en blanco y sus manos, adormiladas, carecían de toda fuerza vital. Se miró en el espejo y ni su cara ni su cuerpo delataban golpes o heridas. Entonces, ¿qué hacía ella allí entre cuatro paredes encerradas y sin nadie que pudiera responder a las preguntas que se hacía a sí misma? Entonces, el chasquido de una llave abriendo la puerta la mantuvo en pie erguida, dando paso a un hombre de aspecto extranjero que, al llamarla por su nombre con tanta familiaridad, la dejó perpleja, lo cual parecía muy extraño cuando ella no lo conocía de nada.
El rostro del visitante palideció al notar la mirada gélida y ausente con la cual fue recibido, dispuesto a contarle parte de lo sucedido. Y optó por callarse. Al no verse con fuerzas se limitó a preguntar por su salud y así, incapaz de seguir hablando, se despidió con un “hasta luego”. Y al cerrarse la puerta pensó “O quizás hasta nunca”.
Martin se fue llorando; el médico ya se lo había dicho bien claro: “Su memoria ha borrado sus últimos años de vida, y en ellos aparecías tú con Isabel, su madre, que al fallecer en el accidente y no querer recordarlo se aferra a la negación emocional del inconsciente”.
Tiempo atrás, y con pocos años de casado, un día paseando por el parque, al encontrarse con unas amigas Margarita los presentó diciendo: “Mi madre y mi padre”. Era evidente que para Martin la hija de Isabel, aquella niña dulce y cariñosa, fue y seria siempre su hija y como tal todo cuanto poseía sería para ella. Siendo muy joven supo que nunca podría ser padre biológico, pero la vida le hizo un gran regalo y ahora descubría lo que era ser padre de verdad ante la adversidad, después de la muerte en accidente de tráfico de su esposa y la pérdida de memoria de los últimos años de su hija y, aunque el dolor lo sumergió en una fuerte depresión, debía de seguir luchando.
Al llegar a casa de tía María se encontró que había llegado de Berlín Lucía, la hermana de Isabel, un año más joven. Eran tan parecidas entre sí que de niñas las tomaban por gemelas. Se abrazaron llorando los dos, cuando, al separarse, un escalofrío recorrió el cuerpo de Martin al ver a su cuñada, pues por un momento le pareció haber tenido entre sus brazos a Isabel y no a Lucía, como era el caso, quedando aturdido. Hablaron de mil cosas de las que la más importante era el estado de salud de Margarita y del rechazo que sufría por parte de su sobrina al no reconocerlo a él como su padre. Porque fue durante los últimos quince años quien junto a su madre la cuidó como a una hija.
Lucía se casó con un médico alemán residente en Berlín, donde vivió durante ocho años, y hacía dos años que se habían divorciado; sólo el trabajo la mantenía lejos. Después de finalizar su contrato el deseo de volver a la isla fue creciendo y, sin más dilación, regresó para estar con su familia y poder ayudar en lo posible a su sobrina.
Hizo partícipe a Martin de lo que tenía pensado hacer. Al ser ella psicóloga y estar al tanto de lo que ocurría por parte de tía María, quería ayudar a Margarita a salir de la oscuridad y le pidió que pospusiera el viaje. Para que recordara los sitios que habían visitado juntos, de momento en Mallorca, luego ya verían si era necesaria su presencia en otros lugares. “Hazte un itinerario, lo más parecido posible de lo que pudo suceder, preguntas, anécdotas y de alguna que otra gracia donde os reísteis, sobre todo por la dificultad en el idioma que por aquel entonces aun no dominabas”. Martin asintió.
Isabel le había contado lo gracioso que era Martin hablando castellano, sobre todo mezclando en su lenguaje alguna que otra palabra en mallorquín; cosa que le hacía mucha gracia a Margarita que no paraba de reírse. La risa de su hija era tan contagiosa como la aureola de felicidad que se respiraba a su alrededor al estar con Martin. Y era él quien llenaba el vacío que le dejó su padre al morir, con apenas dos años, y aunque ella mantenía vivo su recuerdo y le contaba cómo le cantaba para dormirla era para que no olvidara de como la quería y aun así no impidió que deseara tener un padre.
Por eso, cuando se conocieron, Margarita buscaba la bufanda que se le había caído en unos grandes almacenes y Martin que subía por las escaleras mecánicas la recogió del suelo en la planta infantil. Al ver a una niña que parecía haber perdido algo se acercó ofreciéndole lo que había encontrado, que sin duda era de ella. Cuando de pronto una mujer atolondrada, se les acercó. “¡Mamá! este señor ha encontrado la bufanda que se me había caído” “Mi nombre es Martin” “Yo me llamo Isabel y mi hija… Margarita”
Al no hablar español Martin, hablaron en inglés, Este le contó parte de su vida, que había nacido en California y tiempo atrás estuvo en la base americana del Puig Major en Mallorca. Isabel le contó que se quedó viuda y que perdonara a su hija porque su deseo era tener un padre, que se lo pedía a Santa Claus y a los Reyes Magos, a lo que le respondió Martin: “Bueno, yo también siempre he deseado tener una hija, aunque desde un tiempo a esta parte, mis deseos no se dan por aludidos”
Martin era un hombre bello y sus ojos azul celeste eran dos zafiros luminosos, cuyos destellos enamoraban a las chicas, al verse en los ojos acaramelados de Isabel, que celosamente custodiaban unas negras y largas pestañas, tuvo que cerrar los ojos y al abrirlos tenía ante sí a la mujer más bella del mundo y a su dulce hija sonriéndole. Aquella noche le costó conciliar el sueño, aun le sonaba al oído la melodiosa voz de Isabel. Se levantó y se apresuró a llamarla temiendo de no llegar a tiempo para verla de nuevo; le bastó el embrujo de una mirada para saber que le hechizó al igual que su hija. Cambiaría en su vida el rumbo, sólo pensar en volver a verla, hacia la felicidad.
Si la tristeza te impide dormir, la euforia te invita a soñar despierto, y Martin era feliz. Tanto que invocó a Cupido dejándole bien claro cuál era su cometido: si su corazón latía encendido de pasión era evidente que en él había prendido la llama del amor y que anhelaba una compañera para proseguir explorando nuevos y lejanos horizontes. “Yo nada perdí, y aunque no busqué amor encontré, amor presentí y… amor conseguí” Era lo que pensaba decirle a su amigo que le decía irónico “Qué se te ha perdido en las Islas Baleares” era que a Martin le gustaba pasear por La Isla de la Calma, tiempo atrás.
Y se apuntó en una academia para aprender español, quería conocer al resto de la familia y amigos para poder hablar, desde el momento que Isabel le confesó que también le quería y sí, se casaría con él. Salían los fines de semana de excursión o visitando cuevas en diversos lugares, escalando montañas y algún que otro museo, etc.
Martin era ni más ni menos que un trotamundos, al menos así lo definía su padre que era militar del ejército norteamericano, el cual murió pocos días antes de ser investido general. Y él, como buen hijo, había seguido los pasos de su padre. Cuando después de haber visto tanto dolor por el mundo por causas injustas y donde las armas sólo eran una excusa para mermar la dignidad de las personas, pidió el traslado y se instaló en un despacho donde se dedicó a tramitar casos de difícil de resolución.
Ni las idas y venidas por sitios antes recorridos fructificaron, se le había terminado el permiso para quedarse en la isla y debía volver a su país, por un asunto urgente que requería su presencia pues y como hombre de paz, tan sólo él sería capaz de resolver. Marcharon los tres con la esperanza de encontrar el eslabón perdido, aunque a Lucía se la veía preocupada a Margarita le encantaba el viajar, tan sólo Martin iba un tanto temeroso de partir con Lucía a un lugar tan distinto de donde había residido antes.
Tampoco Lucía tuvo problemas con el idioma ya que hablaba perfectamente el inglés además del alemán, sólo que con Isabel al ser su esposa no hubo que justificar el motivo de su estancia y con Lucía, para cuidar a Margarita no, pero si para trabajar. Lo primero era saber si podría integrarse, debían hablar con los profesores, para todo lo relacionado con su sobrina se cuidaría ella y Martin se calló, no sabía cómo decirle a Lucía lo difícil que era encontrar un buen empleo, al convivir juntos sin estar casados. Él quería lo mejor para su hija pero con el dolor que inundaba su corazón se encerró en sí mismo, hasta que el recuerdo se volvió borroso y a su debido tiempo recapacitó.
Después de un año de duelo todo seguía igual, y quince años borrados, muchos, Lucía no había perdido la esperanza en confiar, ahora que a Martin se le veía con ilusión en hacer lo mismo al marcar una ruta, gracias a que apuntaba en su agenda cada noche lo que le parecía más interesante acontecido durante el día en los diversos lugares visitados por trabajo o simple por diversión y que les sirvió de gran ayuda. Pasado el tiempo y aun la sombra revoloteaba entristecida y sin duda había que plantarle cara.
Ninguno de los tres olvidaría a Isabel cuyo amor de madre, esposa y hermana sería recordado imperturbable, he ahí que para continuar la marcha tenía que resolverse el problema de la memoria que obstaculizaba el acercamiento entre Margarita y Martin. Pero no sólo para Martin también para ella, fueron unos años muy felices y que valía la pena recordarlos. Con el espíritu aventurero de Martin viajando por diversos Estados, siendo un magnífico guía y contando anécdotas divertidas haciendo reír a Margarita. La cuestión era intentar acordarse de lo bueno vivido para no olvidarlo nunca.
Tiempo atrás, un tiempo maravilloso para Margarita, conoció un nuevo mundo cuya novedad era que el saberse diferente no implicada nada malo allá cada cual con sus gustos y preferencias y quizás por eso se adaptó a una nueva vida fácilmente. Ahora y perdido sólo un curso, con la ayuda de Lucía su paso por la universidad era inminente. Algo extraño que no entendía Martin y era el ¿por qué? de algunas cosas. Si su mente recordaba que aprendió un nuevo idioma ¿Por qué se olvidaría de quien se lo enseñó?
Antes de empezar el curso Martin y su amigo psiquiatra tuvieron una charla con los profesores para ponerles al tanto sobre la pérdida de memoria de Margarita, de lo cual estaban convencidos que se recuperaría y ella les hizo saber que quería estudiar y les pareció bien, mejor mantener la mente ocupada en espacio y tiempo que quieta en el limbo. Al menos eso era lo que pensaban y a los profesores les pareció bien y serían informados en el caso de ocurriera algo anormal durante su estancia en el Instituto.
El otoño estación del año poco amable, recrudecía y Lucía acostumbrada al frío y que le gustaba patinar sobre hielo, se apuntaron a un Club muy cerca de casa y también a Martin que fue jugador de Jóquey le gustó la idea y dos días a la semana le pareció bien. El tiempo no invitaba a pasear y si Margarita no se oponía adelante con el plan. Y sin más surgió el efecto deseado. Los primeros años aun siendo muy pequeña los domingos iban a patinar y poseedora de un talento innato le gustaba hacer piruetas revoleteando sobre si misma enlazando la gimnasia con el ritmo al compás musical.
Pero al crecer la prioridad de los estudios y los fines de semana para ir de excursión y visitar diferentes lugares del planeta, se pospuso y se quedó en el olvido algo bonito del ayer merecedor de ser recordado. Y así fue cuando, iba por la tercera vuelta y un mareo inoportuno la hizo caer y al volver en si a su alrededor veía los rostros borrosos de Lucía y de Martin y ni abriendo ni cerrando los ojos conseguía ver con nitidez y se alarmó, dejándole paso al miedo al sentir a su alrededor una eminente preocupación.
Sabía que la amnesia le retenía en la mente los últimos años, incapaz de despertar con la dificultad por no recordar ni su infancia, y cuanto le dolía en el alma no reconocer a Martin porque según le habían contado que junto a su madre, fue un eje importante en su vida. Se sentía confundida y con un desasosiego inquietante, desde el día del mareo su mente iba a todo galope o quizás sólo fuese el inconsciente que al ir sin frenos le frustraba todo intento de acercarse a algún que otro abismo peligroso.
Toda lógica se argumenta convenientemente, por tanto, la no aceptación será ilógica cuanto más polivalente sea en su definición. Tal vez, con la negación a no conformarse sea la adecuada y en cualquier caso Margarita se sentía en medio de una encrucijada. No estaba dispuesta a capitular ante nadie ni ante nada para recuperar su memoria y con la voluntad necesaria a ello se dedicaría en cuerpo y alma. En la pista de patinaje algo se removió en su mente y motivo por el cual casi despertó. Pero su cerebro seguía intacto, quizás con nuevos intentos llegase a recuperar la parte de la mente donde tiempo atrás guardaba los recuerdos y así poder volver a darles vida.
No cesaría en su empeño y con fuerza férrea nada es inalcanzable. Los recuerdos no se mueren, se guardan y se olvidan porque al rememorarlos renacen de nuevo. Eso era al menos lo que pensaba y esperaba pudiera ocurrirle al calzarse los patines y lanzarse a la pista ilusionada, ante las miradas protectoras de Lucía y Martin se deslizaba sobre el hielo poseída por la música, con el mágico encanto y la elegancia del más bello cisne.
Tiempo atrás, todo era diferente empezando por ella, iba tan ensimismada pensando que al dar un traspiés rodó por el suelo sin poder levantarse, a punto de desvanecerse con la visión nublada se enderezó, pero siguió confusa, primero la mente en blanco incapaz de articular palabra y luego el caos donde las imágenes se agolpaban entre sí. Era la segunda vez que sufría alucinaciones y todo por culpa de su mente estrafalaria, desdibujando forma y color a su antojo con ritual de carnaval. ¿Cómo no sublevarse?
Era la sin razón de ser, intentó pasar desapercibida y lo consiguió, y al momento al ver a Lucía y Martin cogidos de la mano riendo recordó a su madre y a Martin pero no les dijo nada, sabía que su mente era frágil como el cristal. Poco a poco un día tras otro llegaría la luz para iluminar esa parte sombría que clamaba por salirse de la oscuridad debiendo ser a su justo tiempo y deseable sin ningún tropiezo inoportuno. Tal sería prepararse para lo bueno sin perder ni un ápice de valor para lo posible malo.
El presente corría en su contra y empezó su tiempo atrás, recordaba la bufanda de colores que perdió y que Martin fue quien se la encontró y tomaron un refresco en la cafetería y al cabo de unos días volvieron a encontrarse y que Martin aun no hablaba en español y que su acento le hacía mucha gracia. También que al mismo tiempo que él aprendía español también le enseñaba a ella inglés, y que al casarse con su madre al fin tuvo el padre que tanto había deseado y por lo cual se marcharon a vivir a California el Estado Norteamericano donde había nacido, vivía y trabajaba Martin.
“No debo dejar ningún cabo suelto cada pieza del puzle de mi vida tiene que encajar a la perfección y sin ningún contratiempo” era su versión reflexiva, poder dejar en total libertad a su mente para recuperarse, excéntrica algunas veces y remilgada en otras. Pero siempre intentando ir adelante, no admitía ningún retroceso ni de sí misma, sólo el sí era aceptado cuya condición inexorable era pasar a la normalidad aunque exigua. Latente en cada fibra de su ser y no por eso menos importante en su quehacer diario. Margarita empezaba su recuperación, dolorosa al reconocer la pérdida de su madre pero gracias al apoyo de Lucía que ejercía de médico y de madre a la vez, algo menos doliente y más llevadero como era el caso y cuya ayuda era sumamente importante.
También Martin, siempre dispuesto a lo que fuere por complacerla, al cual le notó un cambio, sobre todo cuando estaban los tres juntos al mostrarse muy ilusionado y feliz. No era nada extraño con tal parecido con Isabel que Martin se enamorase de Lucía “Margarita, tú ya estás recordando… verdad” Asintió con un gesto y una sonrisa.
“Sí, pero ahora estoy contextualizando cada movimiento que doy para no perderme ni tropezar con algún eslabón suelto y creo que lo mejor es allanar el camino sin prisa pero sin pausa, por donde pisar de nuevo. La vida es una carrera de obstáculos y debo de aprender a sortearlos y no siempre os voy a tener a vosotros para levantarme, así que estoy decidida a echarle valor a mi futuro como querría mamá y a no desperdiciar nada interesante que me ofrezca la vida y sin más que exponer, voy a por todas”
“¡Papá te pido disculpas! Antes de decir que empezaba a recordar debéis saber que los recuerdos en mi mente se entremezclan unos con otros y hasta que no llegue al punto de inflexión debo aprender a controlarlos. ¡Ah! Y no quería sólo un padre, yo quería un padre que continuara la labor que empezó el mío y que tú has llevado a la perfección”
“Qué curioso las tres han sido cortadas, según parece, por el mismo patrón”, se dijo a la par que, sonriendo para sí Martin, lo orgulloso que se sentía de aquellas mujeres y si bien él las adoraba no recibía menos de ellas, cuyo motivo era el sentirse afortunado. Si ellas eran felices él también lo sería porque la felicidad es contagiosa y no se debe desaprovechar en ningún caso la buena suerte, aunque efímera, para facilitar toda ocasión de ver la vida de manera positiva donde disfrutar cada ráfaga de optimismo.
Y se apresuró a marcar una nueva ruta, intentando no repetir ningún lugar para que Margarita no pudiera rememorarlos con Isabel entristeciendo el viaje, siendo mejor buscar en sitios donde no habían estado nunca y así poder hablar en cada viaje con naturalidad, y la normalidad se hizo patente al equilibrar tristeza y felicidad por igual.
Lucía era feliz, después de resquebrarse su matrimonio cuyo resultado fue que no se querían lo suficiente para seguir juntos y de común acuerdo se divorciaron y se cerró una etapa de su vida sin pena ni gloria. Pero si sintió la falta de amor como un gran fracaso en su vida y ahora miraba el futuro con optimismo, después de haber perdido a Isabel y ya pasado el luto de los dos primeros años y haber recobrado su sobrina la memoria, su corazón empezaba a latir de nuevo pero con evidente miedo.
Martin le había pedido que fuese su esposa ¿Y si se casaba sólo para acallar habladurías al vivir bajo el mismo techo? No tenía respuesta ni aun cuando su felicidad pendía de un hilo. El hilo quebradizo del amor, también Martin había pasado por lo mismo en su matrimonio un divorcio y un adiós y donde sólo le quedo un gran vacío.
Por eso, cuando conoció a Isabel se enamoró de ella con tanta ilusión que más parecía un adolescente que un hombre hecho y derecho. Hasta que el fatal desenlace se la arrebató para siempre. Sumiéndole en una profunda depresión y gracias a motivarse para ayudar a su hija en su grave estado de amnesia, salió del sombrío pozo.
También Lucía lo conseguía, y no sólo alentándose a sí misma, ya que su esfuerzo era recompensado día a día, contagiando el ambiente y donde el tesón envuelto en amor llegaba inmerso al corazón para ir cicatrizando, aunque lento, las dolorosas heridas.
Martin se dio cuenta que Lucía era algo más para él y no estaba dispuesto a perderla. Tenía que disipar toda duda pertinente y sería ofrecerle a compartir un sinfín de cosas. Y sobre todo el de no aburrirse, él nunca admitiría en su vida el aburrimiento como tal y con tanta belleza natural a descubrir para ser admirada, menos aun.
Lucía era su musa particular capaz de levantarle el ánimo, debía aprovechar la suerte de tenerla cerca aunque bajo un halo de confusión al temer un nuevo fracaso en el amor. Quizás la convenciese a decidirse su espíritu de hombre indomable con su excepcional voluntad insumisa pero en cualquier caso incuestionable y leal.
Optimista en cuanto a su futuro y aunque la vida le había golpeando duro, ahora tenía ante él la mejor carta en tanto que ingeniosidad suficiente, para jugar y ganar. Martin era un hombre de paz en un país donde las armas no descansan y era admirado como un guerrero intentando ganar batallas perdidas de ante mano, por eso cuando llegaba la noche necesitaba un hombro donde reposar. Isabel consiguió hacerle desear llegar a casa feliz, pero ella ya no estaba ni volvería a estar y que tanto le costaba admitirlo.
Ahora tenía ante sí un gran reto, un nuevo hombro y no tan sólo donde reposar, para encarar la vida de frente, seguro que ambos lo conseguirían. Todo era cuestión de no esforzarse en vano, la familia lo más importante siempre, lo primero y en el centro Margarita como principio y fin ya que en su última visita el médico le recomendó prudencia porque cada lesión en el cerebro es totalmente diferente una de otra, al ignorarse cual podría ser una respuesta real y equitativa ante un nuevo trauma.
Martin y Lucía se casaron en Mallorca, pudiendo asistir a la boda tanto familiares como amigos de Lucía y a la que asistirían la ex de Martin y el ex de Lucía con sus actuales parejas, algo poco común luciendo el evento un natural aire de modernidad mágico. Como era de esperar la magia en las islas presente desde tiempo atrás, ya sea en las montañas, cuevas, etc. y cuando hace su aparición no se percibe nunca al momento.
Nadie sabe la clave del magnetismo prodigioso y fascinante donde “Pedres Màgiques” de la isla ruedan escurridizas y seductoras en su vaivén en pos de las olas mar adentro que al unirse con las “Pedres Ancestrals” de la Costa catalana ya se convertían por obra y gracia en un encanto especial atrayente desde siglos atrás, y el motivo para Martin al presentir sus encantos tanto en la montaña como en el mar, para volver a Mallorca.
Cuando se casaron Isabel y Martin no tuvieron Luna de miel porque Margarita era muy pequeña, pero ahora era diferente y tía María les aconsejó el hacer un viaje por la Península, como a Martín aún le quedaban ciudades por conocer españolas y antes de marcharse para América sería apropiado para una Luna de miel y la cual tenían bien merecida, bueno sería pasar unos días de asueto, para de nuevo encarar el día a día. Era todo como debía de ser y motivarse para vivir tan necesario como el respirar.
Y así fue, pero no sin antes hablar con los amigos de Margarita para que estuvieran al tanto de lo que pudiera pasarle, no queriendo alarmarles pero no debía estar sola en ningún momento. De todas formas hablaban todos los días por teléfono. Martin y Lucía regresaron a Mallorca y se les unió Margarita para ir a explorar las islas cuya afición de amar la naturaleza y admirar sus bellos paisajes lo aprendió de Martin.
Tuvieron que acortar las vacaciones debido al trabajo de Martin también los estudios de Margarita precipitaba su ida y solamente Lucía gozaba de libertad hasta que al contestar a varias ofertas de trabajo tenía que decidir cuál de ellas sería la mejor. Imprescindible presentarse en persona, al ver llorar a tía María le prometieron que se cuidarían y volverían lo más pronto posible a su tan añorado particular “Bell Paradís”. Tanto para degustar la variedad y sabores de su isla como poder deleitarse nadando en sus playas de aguas cristalinas. Y se despidieron compungidos con cálidos abrazos.
Restablecida Margarita, empezó la carrera de psicología, su ilusión era ser militar, pero después del accidente y debido al cual desaconsejaron su entrada en la Academia por su dureza en formación física. En cuanto a Lucía, después de una estricta entrevista entró como psicóloga en el mismo Centro que Martin en diferente sección, pero con mismo horario, ideal para aprovechar cualquier ocasión de estar juntos más tiempo.
Volver a la normalidad era gratificante para devolverles a la vida, pero sin olvidarse de que Isabel siempre estaría en el corazón por igual de los tres. Y aunque la vida va a la par con penas y alegrías, las penas tanto mejor frustrarlas y las alegrías saborearlas para regocijarse en ellas. Era lo que hacían, disfrutar cada momento irrepetible donde la mente llenaba su perfilado espacio con templado fluido de felicidad. Para Martin la huella del amor fue esencial para proseguir en su andadura cuya nobleza vital clamaba, en su corazón seductor y dinámico, por ser íntegro refugio de lo vivido ya tiempo atrás.
Y aquel trotamundos indomable de espíritu aventurero y hombre de paz excepcional nieto de almirante, cruzó mares, océanos, hasta que encontró el amor en un paraíso. Donde el sol ilumina mañanero… y anochece con estrellas y luna… decorando su cielo!